Vecino moroso. «Nos puede pasar a todos». Parte 5
Crónica de una comunidad que aprendió a hablar antes de estallar.
Durante años, Juan del 3ºA fue uno más, el que saludaba siempre, el que bajaba la basura de la señora del 1ºB cuando ella no podía, el del perro que no molestaba. Un vecino como tantos otros, hasta que un día dejó de pagar.
No sabíamos por qué. Nadie lo dice, solo veíamos que en los extractos de la comunidad su línea aparecía en rojo mes tras mes. “¿Este sigue sin pagar?”, “¿no puede o no quiere?”, “pues yo también tengo mis gastos y cumplo”.
Y con esas frases empezaron también los comentarios, los silencios en el ascensor, las miradas de soslayo, luego llegaron los roces.
Porque cuando uno no paga, los demás lo notan y, aunque no se diga en voz alta, el malestar se cuela por las grietas. Se nota cuando se estropea el ascensor y no hay presupuesto para arreglarlo en condiciones, cuando hay que hacer una derrama y se alarga para que entre en los bolsillos de todos, cuando la limpieza empieza a escasear porque se intenta ahorrar. Y todo eso genera una sensación de injusticia que crece, se acumula y acaba explotando en la próxima junta.
Y entonces aparece el impulso: “¡A por él!”, “hay que denunciar ya”, “¡embargo y punto!”. Parece lo lógico, lo justo, lo contundente, pero a veces, lo más lógico no es lo más inteligente.
Porque una comunidad de vecinos no es una empresa, no es una asociación elegida por afinidad, es un grupo de personas unidas por la casualidad y por el espacio que comparten. Y en ese espacio, el equilibrio no lo da solo el dinero, sino también la comunicación y, cuando ésta falla, lo siguiente que falla es la convivencia.
Fue entonces cuando alguien propuso algo distinto; «Mediación«. Sonó raro al principio. “¿Y eso qué es?”, “¿Vamos a invitarle a un café al moroso?”, “¿Y si se ríe de nosotros?”. Pero la propuesta venía con algo que escasea cuando hay tensión, con sensatez.
Nos sentamos. Él también. No hubo reproches ni gritos, ni una guerra de papeles, hubo preguntas, explicaciones, propuestas. No se justificó, pero tampoco se escondió. Y por primera vez entendimos lo que había detrás de los impagos. No era desidia, ni mala fe. Era miedo, vergüenza, una cadena de pequeños problemas que habían terminado en una deuda que ya no sabía cómo afrontar.
No se le perdonó la deuda. Se pactó un plan, se estableció una cuota asumible y, lo más importante aún, se cortó de raíz esa tensión que ya empezaba a pudrir la escalera. Porque recuperar el dinero está bien, pero recuperar el ambiente es imprescindible.
Desde entonces lo tenemos claro y, cuando alguien empieza a retrasarse, no lo convertimos en enemigo, ni lo señalamos o lo empujamos al rincón. Preguntamos. Escuchamos. «Ofrecemos mediación».
Porque es mucho más barato, emocional y económicamente, resolver a tiempo que judicializar por orgullo.
No siempre es fácil y no siempre se consigue, pero cuando se logra, lo que se gana es más grande que una cuenta saldada. Se gana confianza, tranquilidad y, sobre todo, se gana comunidad.
Hoy fue Juan pero mañana puede ser cualquiera. Nadie está a salvo de un bache, una pérdida de empleo, un revés.
Por eso, si queremos que nuestra comunidad funcione, tenemos que estar dispuestos no solo a exigir, sino también a comprender.
¿Convives con un vecino que tiene problemas para ponerse al día?
¿Sientes que la situación empieza a afectar a la comunidad?
No esperes a que la tensión lo complique todo.
La mediación vecinal puede ser la herramienta que necesitáis.
Una solución amistosa, eficaz y respetuosa.
En MABESU te ayudamos a abrir ese diálogo con profesionalidad y humanidad.
Contáctanos y resolvamos juntos lo que parecía imposible.
Porque cuando se habla, las cosas cambian.